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El ego: génesis y función

Del artículo de Richard Irwin ¿Existen hoy en día en la Tierra seres humanos «completos»? (ver aquí) entresacamos algunas ideas (sirva de prólogo para así mejor comprender el alcance del artículo que a continuación presentamos):

El desarrollo igualitario y armonioso del cerebro antiguo (cerebelo) y el nuevo (neocórtex) cesó cuando el desarrollo del hombre se volvió unilateralmente intelectual, descuidando y perjudicando su desarrollo espiritual, como es evidente en la Tierra hoy. Este desarrollo intelectual unilateral ha dado como resultado un cerebro frontal superdesarrollado unilateralmente y un retraso en el crecimiento del cerebro posterior (cerebelo) con una relación desproporcionada de sus tamaños.

El yo consciente en el hombre es espíritu. La existencia del espíritu precede a la formación del cuerpo en el útero y no cesa con la muerte. El hombre real no es el cuerpo sino el espíritu. La verdadera singularidad experimentada por cada ser humano consiste en el despliegue de su espíritu. La función de una parte de la sustancia cerebral es recibir lo espiritual, como una antena, mientras que la otra, que produce el intelecto, transforma lo recibido para su uso en el Mundo Material Bruto. A la inversa, el cerebro frontal, que produce el intelecto, también debe absorber todas las impresiones del Mundo de la Materia y transformarlas de tal manera que el cerebro posterior (cerebro antiguo) pueda recibirlas y utilizarlas para el desarrollo y la maduración del espíritu. Ambas partes están destinadas a trabajar juntas.

Se trataría de no complacer al intelecto; no darle la supremacía, es decir no someter el espíritu al intelecto. No significa que el intelecto no debiera desarrollarse. Más bien, significa que no debería haber sido desarrollado unilateralmente descuidando el espíritu. El espíritu siempre debería haber tenido la delantera, guiando y dirigiendo nuestro existir, mientras que el intelecto serviría para actuar aquí en la Tierra.

Con un mayor desarrollo, el espíritu en el hombre se haría sentir y, mediante su actividad y el continuo desarrollo de su naturaleza y capacidades innatas, lo transformaría en un ser humano completo, claramente distinguible de cualquier animal. El desarrollo del espíritu es necesario para que el hombre sea un ser humano. Esto se desprende del simple hecho de que el verdadero hombre (la esencia del hombre) es espíritu, y es en el espíritu donde se encuentran las potencialidades de los atributos que nos hacen verdaderamente humanos. Estas potencialidades deben desarrollarse y los atributos deben activarse para que la criatura se convierta en un ser humano; ¡en un ser humano completo!

El corolario de lo dicho anteriormente es que quien no permite que el espíritu trabaje dentro de él no es realmente un ser humano; ¡no puede ser un ser humano (completo)!

Dado que la esencia del ser humano reside en el desarrollo y despliegue de los atributos espirituales, el ser humano que se desarrolla correctamente crea para sí mismo el cerebro apropiado para ello. La parte principal del cerebro necesaria para este desarrollo espiritual es la parte espiritualmente receptiva, el cerebelo, que es precisamente la parte que se ha atrofiado en el hombre intelectual moderno de hoy. Por lo tanto, la parte principal del cerebro para la realización de la esencia humana es la parte que se ha atrofiado, precisamente la parte que es primordial para la formación del ser humano completo. No es que el cerebelo hubiera podido lograr esto solo sin el desarrollo del intelecto. ¡No! El surgimiento del ser humano completo en la Tierra requirió un desarrollo igual del cerebelo (el cerebro posterior) y del cerebro (el cerebro intelectual frontal), trabajando en una relación armoniosa, con el espíritu liderando y el intelecto ejecutando aquí en la Tierra.

…la manera de corregir la desproporción en el tamaño de los cerebros frontal y posterior, causada por un desarrollo intelectual unilateral, reside en el despertar espiritual y la re-espiritualización de la vida humana.

La psiquis humana está movilizada por dos grandes dinámicas:

  1. La del ego -que es el que ha primado hasta ahora- y ha sido en el eje desde el cual hemos concebido el mundo y la vida y desde el cual gestamos nuestras realidades sociales, políticas, familiares organizacionales,
  2. y la del Alma -que recién comienza a estar presente de forma consciente en el mundo humano.

El «ego» está constituido por estructuras mentales con las cuales nos identificamos y que nos permiten adaptarnos a la visión de mundo que hemos gestado. El «ego» es la individualidad, la personalidad, la identidad de una persona en la vertiente materialista… el «ego» es materialista y persigue éxito, fama, poder, riqueza, dominio… esto condiciona una dinámica vital muchas veces negativa en la que impera la competitividad excesiva, envidias, odios, agresividad y violencia… El «ego» tiene una serie de armas potentísimas para camuflar nuestra auténtica identidad:  la ignorancia, el egoísmo, la afección por lo material, el miedo… Estamos dominados por el ego… Mientras nos domine el ego nunca seremos libres…  Controlar nuestro ego… Esto es lo que hay que hacer, no permitir que el ego nos domine… Mientras nuestra personalidad esté controlada y dominada por el «ego», por los (malos) hábitos que nos han inculcado, nunca seremos libres del todo… porque estos hábitos que estructuran nuestro carácter determinan la dinámica de nuestros pensamientos, emociones y sentimientos… somos esclavos de esos (malos) hábitos… En el momento que desestructuremos estos (malos) hábitos y aflore nuestra supra-conciencia ya no tendremos condicionantes (negativos), entonces seremos realmente libres… 

El «ego» nos impulsa hacia lo material, generando insatisfacción constante al centrarnos en posesiones externas... El «ego» impulsa una búsqueda constante de poder material, reflejado en el consumismo desenfrenado de la sociedad actual… El ego se mueve en el pasado y futuro, generando sentimientos de frustración y sufrimiento…. El ego es necesario, pues contribuye a nuestra adaptación al entorno, pero tiene que ser un ego controlado. Y permitir que impere nuestra conciencia no-local, nuestra supra-conciencia… entonces cambiará totalmente la dinámica de nuestra vida, de nuestra civilización. Los frutos del «ego»: éxito, fama, poder, riqueza, dominio… Los de la «supra-conciencia»: altruismo, empatía, bondad, justicia, amor… (M. SANS SEGARRA, médico, cirujano, conferenciante, estudioso y divulgador de los fenómenos en torno a las ECM)


El ser humano desconoce que la verdadera causa de todos los llamados “problemas en el mundo”, reside en el interior de su propia mente, y no así en el exterior; es por ello que resulta imprescindible abordar esta problemática real, y crear un medio de aproximación hacia la imperceptible contrariedad.

Siguiendo la perspectiva del artículo de R. Irwin…. Podemos contemplar al ser humano desde el punto de vista de lo que generalmente es/son la mayoría de las personas, como aparecen generalmente ante nuestros ojos la mayoría de la gente en su cotidianidad y también de lo que pudieran llegar a ser, es decir, desde el punto de vista de su evolución posible. Desde esta perspectiva podríamos considerar que existen sujetos «inacabados»,moderadamente evolucionados humanamente (individuo artificial, subjetivo y egocentrista…), aquel que no ha logrado desarrollar toda la capacidad y el potencial, inherentes a un ser humano —sus funciones superiores—.  Y junto a estos, existen también seres humanos más «acabados», más evolucionados humanamente, en este sentido más desarrollados, completos, maduros, auto-realizados… aquéllos que han logrado desarrollar ampliamente sus facultades superiores… aquéllos que han transitado el camino para alcanzar un estado superior de consciencia, a través del desarrollo de las funciones más elevadas, latentes en el ser humano.

Existe un gran acuerdo en el hecho que, tanto el avance como el desarrollo del Ser de un individuo, se dan en la medida que este va disolviendo gradualmente su egoísmo. Esta ardua tarea, se encuentra estrechamente relacionada con la capacidad de percibir todo tipo y grado de actividad psicológica suscitada por nuestra mente, la antesala necesaria para el trabajo de introspección: la observación de sí mismo. Tomar conciencia de las diferentes capas y niveles de esa falsa personalidad que hemos ido creando a lo largo de nuestra vida, es un modo de comenzar a gestar en nosotros, el hábito de la auto-observación, una comprensión básica acerca de la causa real de nuestro pensamiento, de nuestro sistema de creencias, de nuestra estructuración y funcionamiento mental.

Históricamente llegados a un cierto grado de desarrollo humano tras el veloz despliegue de la cualidad de la razón (racionalismo, la época de las luces, ilustración…), dando lugar al mayor y más grande florecimiento de la civilización humana hemos pasado actualmente al deterioro, gradual y progresivo de la función y capacidad de raciocinio, así como de la facultad reflexiva y contemplativa del hombre, terminando, para desventura de toda la vida en general, en la actual configuración de la psique humana.  Sometido a una especie de proceso hipnótico que se ha apoderado del inconsciente de la colectividad humana, por medio de la propagación —directa e indirecta—, de miles de conceptos arraigados en la mentalidad colectiva, no siempre consistentes y verídicos o simplemente falsos y equivocados, los cuales son aceptados con docilidad y sin ningún tipo de cuestionamiento  por la gran masa de la población, creándose así, un entorno enteramente desfavorable para el cumplimiento del designio natural del hombre, su evolución  y progresión positiva. 

De nuestro yo natural a la gestación de un falso «yo»

Es importante no olvidar que el ser humano, como toda forma de vida, posee una individualidad nativa, propia de su naturaleza; esto es el yo/ego natural, diseñado como un sistema de garantía para el sostén de la vida en la faz del planeta y es mediante un sofisticado mecanismo de supervivencia y adaptación, que las especies se autorregulan. La estructura del ego está homologada en todos y cada uno de los seres humanos: la configuración interna de un individuo es exactamente la misma que la de su vecino. El ego es un aspecto inevitable de lo humano. Se expresa a nivel personal y es vivido como algo íntimo, único, por cada persona; sin embargo, su constitución y características son comunes a toda la humanidad. El estudio del ego humano, debe comenzar con el estudio de la falsa personalidad, conformada por diferentes capas o niveles de adherencia de información equivocada acumulada a lo largo de los años.

El «yo» no vive sino en la raíz misma del ser humano, en su interior. Nuestro «yo» siente, capta, percibe, la propia acción de ser, de existir, a través de la apreciación directa de nuestro pensamiento, de nuestra acción, de la actividad de nuestra mente, adquiriendo así, en la medida de lo posible, una perspectiva más objetiva de la realidad interna y externa que permite al ser humano incrementar su comprensión acerca del mundo y de sí mismo.

El humano es el único animal que puede percibirse a sí mismo como una entidad racional. En nosotros conviven un yo natural, nuestra identidad más esencial y un falso yo, creado artificialmente. Pero ese «ego» o «yo» natural, en el ser humano con los años es encapsulado por una envoltura artificial que crece y se acumula por medio de la absorción de información, proveniente de toda clase de influencias internas y externas. Es la costra que nos fagocita: estamos recubiertos con una densa capa de escudos y apariencias para aliviar nuestros miedos, inseguridades y ocultar nuestro orgullo. No nos damos cuenta que nuestra personalidad es el falso yo que nos hemos creado, una máscara cuya razón de ser es la necesidad de generar estrategias para sobrevivir en una realidad fragmentada, dispersa, de yoes individuales separados de otros yoes.

Una doble dinámica de nuestra psique. Hay una línea muy delgada entre el ego natural y la gestación del ego artificial; el primero es para garantizar la supervivencia y adaptación de la especie; el segundo es una desviación propiciada por cierta dinámica de nuestra mente. La psiquis humana está movilizada por dos dinámicas muchas veces opuestas:

  1. La del ego -que es el que ha primado hasta ahora- y ha sido el eje desde el cual hemos concebido el mundo y la vida y desde el cual gestamos nuestras realidades sociales, políticas, familiares organizacionales.
  2. … y la del Alma -que recién comienza a estar presente de forma consciente en el mundo humano.

... intentando distinguir, así, lo que está teñido por el ego de aquello que está inspirado desde el Alma, desvelando el tipo de cultura que generan, entendiendo que ambos son aspectos de la constitución humana y que, si bien hasta el momento lo que ha primado ha sido el ego, estamos en tiempos en que el Alma como centro de conciencia comienza a hacerse presente de una forma más consciente en mundo humano.

El «ego» es nuestra falsa identidad, nuestro falso yo. El ego en la dimensión no lo podemos eliminar siempre tendremos ego. El ego representa nuestro yo individual, la individualidad del ser humano. El «ego» es la individualidad, la personalidad, la identidad de una persona en la vertiente materialista…  El ego es nuestra falsa identidad. Tiene un origen externo, material, depende de la opinión de los demás, es incompleto, cambiante.  A medida que crecemos la mente humana se va contaminando de las influencias externas; es así como se va formando, en función de los años, la costra de la falsa personalidad que nos envuelve, el ego artificial. Las experiencias que tenemos a lo largo de la vida dan forma al ego. Nuestro yo natural es encapsulado por una envoltura artificial que crece y se acumula por medio de la absorción de información, proveniente de toda clase de influencias externas y percepciones internas.  El ego es materialista y persigue éxito, fama, poder, riqueza, dominio… Busca siempre objetivos materiales y esto condiciona dinámicas negativas: competitividad excesiva, envidias, odios, agresividad, violencia… todo esto lo condiciona el ego. Lamentablemente, es ya demasiado tarde cuando el adulto advierte el áspero infortunio: su mente ha sido cultivada en el silencio del engaño; en ella han sido sembradas un sinfín de falsas creencias por medio de las cuales piensa, opina y actúa. Con todo eso lo que haces es limitarte, porque quizás te has creado una imagen depauperada de ti mismo, aún no has tenido la osadía de percibirte de una forma más elevada, de verte a ti mismo como un todo, integrado a todo lo que te rodea. Hemos de procurar tener un ego controlado, un ego que no domine nuestra vida. ¿Por qué domina el ego? Por estos factores: la ignorancia de la sociedad, la afección a lo material, los miedos, el egoísmo… todos estos aspectos son los que mantienen al ego preponderante y dominante…

Cómo se va gestando ese falso yo. Tradicionalmente, el concepto de ego conlleva una connotación negativa, refiriéndose así al falso yo.  Un niño pequeño, no mayor a unos seis o siete años de edad, no discrimina a otro por el color de su piel, su raza, o por la distinción social o económica de su familia. Los niños corren, juegan, sonríen y se divierten enormemente con su inagotable imaginación y creatividad. A una edad temprana, el ser humano actúa desde su esencia misma, desde su parte más íntima y natural, y es solo durante la transición de niño a adolescente, que comienza a estructurar en su mente toda una complejidad de ideas consolidadas acorde con la influencia de diversos factores educativos, sociales y culturales.

Es durante este proceso que el individuo no solo empieza a gestar su opinión particular del mundo, sino también de sí mismo, pues es claro que comienza a modelar su propio yo soy —este, esto o aquello—, y es precisamente, así como va añadiendo, por encima de su esencia, diferentes estructuras psicológicas que se van amoldando según el entorno que le rodea. Este amplio complejo de capas psicológicas, artificialmente implantadas en la mente de un ser humano, es lo que se conoce como personalidad del ser. El niño que se convierte en adolescente, empieza a discriminar lo “bueno” de lo “malo”, no ya en función de un conjunto de propiedades inherentes a su naturaleza íntima, sino con base a los paradigmas que conforman su nuevo modelo ideológico, a saber, su personalidad adquirida.

La realidad es que el ser humano vive con muchísimas ideas equivocadas, adoptadas y conformadas a lo largo de su infancia, adolescencia, y edad adulta; y es sobre la base de las mismas que da forma a su artificiosa individualidad, moldeando así la falsa imagen de sí. Es precisamente esta imagen la que ha venido modelando para sí mismo, su yo individual, aquella concepción fraguada desde la niñez a través de un sinnúmero de ideas y pensamientos equivocados; esto es el falso yo.

Es a raíz de ello que un ser humano puede llegar a convertirse en una persona racista, fanática, sexista, discriminativa, cruel, y la razón por la cual, el concepto de ego, conlleva normalmente una connotación negativa. Además, es en el interior de aquella complejidad psicológica, donde residen las estructuras que dan lugar a los estados emocionales de mayor negatividad, como el odio, el rencor, la soberbia, o la vanidad.

Cuanto más profundas, menos evidentes y visibles son las capas de la falsa personalidad. Existen capas y capas de falsa personalidad, cada vez más profundas e imperceptibles; y en la raíz de ellas, en el núcleo, se encuentra el corazón del ego. Por debajo esas distintas capas quedan las estructuras o cimientos psicológicos que conforman y sostienen esa falsa personalidad.

Mediante nuestro pensamiento a menudo se generan conclusiones basadas o derivadas de ideas previas almacenadas en la personalidad de un individuo, y si estas son falsas, las conclusiones también lo serán; son, por consiguiente, las ideas infundadas, utilizadas por nuestro pensamiento, el origen del nocivo mundo de la confusión, de la subjetividad, la ausencia de claridad y objetividad.

El individuo no suele ser consciente de la «personalidad» que ha ido forjando a lo largo del tiempo, inconsciente y artificiosamente adquirida, quedando atrapado por ella sin siquiera sospecharlo. E inconscientemente guiará entonces su vida en función de esa representación ilusoria de la realidad, siendo parte de ella y contribuyendo a la propagación de la misma, con y hacia los demás individuos.

Además de crear el hombre, una imagen de sí mismo, constantemente está creando imágenes de terceras personas —también ilusorias y subjetivas—; estas suelen fraguarse con base en la opinión de terceros, y pocas, o muy raras veces, por causa de un contacto cercano y directo con el individuo mismo. Es de este modo como una persona crea una representación mental acerca de alguien más, partiendo del criterio que otra se haya formado para sí misma. Esto es el origen de lo que vulgarmente se conoce como “chismes”, y es así a base de chismes como la gente va formando una opinión de todo y para todo.

No es culpa de ningún infante, comenzar a construir una imagen de un tercero partiendo de las falsas ideas que le transmite un adulto —consciente o inconscientemente—; el niño no puede sospechar a una edad tan temprana, que lo que está escuchando carece de todo sentido y fundamento.  Por desgracia, esta es la forma en que los adultos van corrompiendo progresivamente la mente de los niños, hasta convertirlos —como ellos— en seres artificiales. El ego es como un virus que se transmite de unos a otros; a esto es a lo que se refiere la antigua sentencia: ciegos guiando a otros ciegos, o muertos enterrando a sus muertos; describiéndose así el proceso mediante el cual una mente humana termina por contaminar a otra —la transmisión de la subjetividad—.

Al paso de los años, ese niño crecerá y será esclavo de la opinión ajena, viviendo sostenidamente con el temor de pasar desapercibido, de no ser suficientemente reconocido con el enaltecimiento que seguramente “merece”. En las invisibles y sombrías capas de la falsa personalidad, esta suele ser una de las causas que suscitan el comportamiento obsesivo-compulsivo de algunas personas, principalmente de aquellas que no hacen otra cosa más que buscar el éxito o la fama.

El adulto no percibe las desastrosas consecuencias que conlleva una equivocada orientación del infante. Generación tras generación, las inexactitudes de los padres pasan a los hijos; irónicamente —o más bien vergonzosa, y deprimentemente—, el hombre contemporáneo se siente en pleno uso de sus facultades mentales para procrear y guiar correctamente la vida de un niño.

Se sabe que la tasa de crecimiento demográfico se ha incrementado exponencialmente en los últimos 50 años; lo que no se sabe, es que esto es exactamente lo mismo que decir que, el índice de crecimiento de unidades egocéntricas, se ha disparado exponencialmente en los últimos 50 años; dicho de otro modo, el egoísmo en el mundo ha crecido descomunalmente, intensificándose sus efectos catastróficos con el paso de cada día, un claro reflejo de la infortunada trayectoria involutiva que ha seguido la especie humana: indiferencia, deterioro, degeneración, degradación de valores, incremento de desigualdad socioeconómica, violencia exacerbada, guerras, muerte, entre otras penosas y fatídicas calamidades.

El objetivo de la mayoría de la gente es precisamente ese: alcanzar las metas a las que nos impulsa el ego.

He conseguido muchas de mis metas afirma mucha gente, pero me sigo sintiendo vacío. El objetivo de la mayoría de la gente es precisamente alcanzar las metas del ego. Pero ¿qué hay después de tener el coche, la casa, la familia y una cierta autoestima? ¿Qué queda una vez que has acumulado bienes materiales y has alcanzado el reconocimiento profesional? El ego distorsiona nuestra visión del mundo. El ego está centrado en deseos materiales y el éxito externo frente a los valores promovidos por la supra-conciencia. El ego nos impulsa hacia lo material, generando insatisfacción constante al enfocarnos hacia la consecución de posesiones externas. La paz interior solo se alcanza al trascender el ego.

El que se aferra compulsivamente a sí mismo, echa a perder su vida. El que en una relación personal se cierra sobre sí mismo y no está dispuesto a desprenderse del propio ego y abrirse al otro, nunca podrá construir una relación personal auténtica. Una relación personal solo llega a ser viva cuando los implicados están dispuestos a renunciar una y otra vez a su propio ego y a sus personales apetencias, para abrirse por entero al otro.

Cuando a la existencia se le escapa el significado del alma, cuando la persecución de lo material en el mundo exterior empieza a tener un atractivo plano, entonces parece que sólo resta esperar la muerte. Encontrar significado para el ego equivale a hacer algo en la vida, y hasta cierto punto esto es pertinente. Pero más allá del ego, el significado procede más del ser y menos del hacer. Entonces se abre toda una nueva vía de exploración para conectarse con la radiante luz inherente que fluye a través de nosotros hacia el mundo, los amigos, la humanidad en su conjunto y la infinitud.

Por desgracia, el ser humano en general nada sabe acerca de lo que acontece en su interior; este no tiene ni la menor sospecha de la repercusión que está generando en el mundo, a través de su pensamiento equivocado y sus acciones egocentristas. Esta terrible ignorancia de sí mismo, esta artificialidad, se esparce por el mundo cada vez con mayor fortaleza, convirtiendo a la gran mayoría de la gente en individuos sin escrúpulos, personas en quienes los valores humanos ya no representan absolutamente nada, en seres impasibles, incapaces de sentir remordimiento alguno por su mezquino comportamiento; y además, todo este daño, tan solo para perseguir un sueño, una ilusión, un espejismo producto de una vida sin sentido, vacía, artificial, mundana, y por tanto perecedera.

La gente necesita comprender que todos y cada uno de los seres humanos que habitamos este planeta, somos responsables de la forma en que construimos el mundo, basándonos en nuestras acciones, derivadas de nuestros pensamientos y emociones, los cuales, para desdicha de todos, son de muy baja calidad en la mayor parte de la población. Es el egoísmo del ser humano, la verdadera causa y raíz de todos los llamados “problemas en el mundo”.

Despertando a nuestra verdadera esencia

El ego forma parte del vehículo psicofísico y emocional que ocupamos en nuestro camino evolutivo y, por consiguiente, este debe de poder estar a nuestro servicio y no al revés.

El ego es justo lo contrario de nuestro verdadero ser. No es ese sustrato de nuestra existencia en el que nos reconocemos, sino una falsa identidad que adoptamos. El ego es un envoltorio de nuestra conciencia. El ego no eres tú, sino el engaño creado en ti por la sociedad para que te entretengas con esa baratija y no te plantees preguntas sobre lo sustancial y verdadero.

El ego, nuestra personalidad artificial, nuestro falso yo, es un estado alienante de conciencia en que el ser humano se identifica con una imagen falsa de sí mismo, con una definición que le acomoda al entorno al aliviar el miedo, el dolor, la ansiedad de vivir creyéndose separado y sólo. El ego es el falso yo, la imagen narcisista con que nos presentamos ante el mundo, y ante nosotros mismos, identificando nuestro “ser” con nuestro “parecer”. Es nuestro personaje (nuestra falsa identidad, no nuestra persona (nuestra auténtica identidad); un personaje que ha olvidado al actor que lo encarna y, por tanto, lo que hace es representar un rol, un papel, un guión en el teatro de la vida sin ser consciente de ello. Es una idea, un concepto acomodaticio de quien soy, una falsa identidad que de tanto actuar me posee, haciéndome creer que ese Soy yo. El ego como estado de conciencia tiene que ver con una imagen de nosotros mismos que nosotros mismos hemos creado, es nuestra máscara, nuestra coraza, nuestro disfraz. Se sustenta en la represión de nuestra auténtica identidad, de lo que verdaderamente somos. Por un lado, se alimenta de nuestras inseguridades, miedos, necesidades, penas, deseos, rabias, pasiones, ritmos cambiantes – y no los cuestiona pues ello implicaría poner en duda nuestra imagen ante nosotros mismos y ante los otros, al no poder presentarnos ante los otros con nuestra máscara, aparentando aquello que no soy- y, por otro, niega el flujo del Alma que nos impulsa a buscar un sentido de Vida y a iluminar con la conciencia despierta nuestras zonas oscuras. Al tomar consciencia de esa costra que nos envuelve y ser conscientes de nuestras máscaras y corazas dejamos de estar fusionados con ellas, nos des-identificamos con ellas y al no depender de ellas, pierden su poder sobre nosotros, recuperando así un mayor grado de libertad.

Poco a poco la mente humana se va contaminando del pernicioso ambiente creado por la sociedad a nuestro alrededor y es así como se va formando, en función de los años, la costra de la falsa personalidad, el ego artificial. Lamentablemente, es ya demasiado tarde cuando el adulto advierte el áspero infortunio: su mente ha sido cultivada en el silencio del engaño; en ella han sido sembradas un sinfín de falsas creencias por medio de las cuales piensa, opina y actúa; y es justamente, este acto de clarividencia lo que refiere la antigua ciencia de la psicología como el despertar de la consciencia de sí —paradójicamente, el acto de percibir, con desconcertante asombro, la irrealidad de sí mismo—. Es en ese momento —cuando la persona despierta—, que nace la posibilidad de encontrar un remedio para su desfavorable situación. Al respecto, debemos enfatizar la tremenda importancia que significa haberse visto por primera vez a sí mismo, y la relevancia de tan significativo evento radica en el hecho de que, al menos durante ese singular momento, el individuo ha dejado de ser (esa falsa personalidad), para ser (él mismo en su auténtica identidad), es decir, ha logrado separarse de la falsa imagen de sí, para simplemente ser quien es, sin nombres, sin etiquetas, sin imágenes. Ello permite comprender, ahora desde una nueva perspectiva, el mecanismo inconsciente mediante el cual se van creando las capas psicológicas artificiales en la mente del ser humano y su impacto en cómo desarrollamos nuestra vida.

Cuando el yo despierta a su realidad espiritual, la dinámica que lo moviliza ya no es la carencia, el intento de encontrar algo que no tiene o la arrogancia y la competitividad, sino el anhelo de manifestar la plenitud de su Alma en concierto con el movimiento de la Totalidad, colaborando con… o co-creando la realidad.

Trascendiendo nuestro ego

La mente está dominada por el ego, y este constantemente busca nuestro apego a lo material para que, como eso no nos llena, al final nos sintamos frustrados, solos, buscando “algo” que nos llene y solucione nuestros problemas. El ego no permite que tomemos consciencia de la verdadera causa de nuestros problemas, impidiéndonos percatarnos que todas nuestras experiencias guardan una relación directa con el nivel de conciencia en el que estamos viviendo.

La fuerza del ego en estos tiempos es muy acuciante, – egocentrismo predominante –. Así nos da la sensación que como humanidad vamos retrocediendo, perdiendo inocencia. Sin embargo, no se supera al ego viéndolo como un enemigo. Es nuestra herencia biológica, nuestro mecanismo de adaptación al entorno y, sin ella, nadie podría sobrevivir. Al comprender su origen y su importancia intrínseca para la supervivencia, podemos ver que el ego es muy beneficioso, pero, si no se trasciende, sus tendencias tienden a dominarnos y a causar problemas emocionales, psicológicos y espirituales.

Naciste con tu auténtico ser. Después los demás empezaron a crearte un falso ser, creando una falsa idea de quién eres. Poco a poco fueron gestando tu falso ego: actuaron sobre ti en casa, en el colegio, en la iglesia, en el instituto, en tu barrio, en tu ambiente, en la universidad, en el trabajo… Ese ego que nos domina tiene toda clase de deseos y ambiciones, y quiere estar siempre por encima de todo. Ese ego se aprovecha de ti y no permite ni que vislumbres tu auténtico ser, cuando tu vida está precisamente ahí, en ser auténticos, idénticos a lo mejor de nosotros mismos. De ahí que el ego solo produzca tristeza, sufrimiento, lucha, frustración, locura, suicidios, asesinatos… toda clase de infortunios.

El crecimiento en nuestra dimensión más auténtica y verdadera –el espíritu– consiste en la disolución progresiva del ego, en una pérdida sucesiva de ego, que se traduce en un cambio en la experiencia psíquica interna, una verdadera transformación personal, más que simplemente en un control de la conducta externa.

Nuestro ser auténtico es nuestra supra-conciencia, el hacer o el tener es propio de nuestro ego, de nuestra identidad materialista. La finalidad de nuestra vida es precisamente descubrir quiénes somos realmente, poner al descubierto nuestra identidad auténtica, que está tapada, ocultada por el ego… y vivir de acuerdo con ella, con nuestra naturaleza esencial.

El verdadero instinto básico del ser humano no es la simple supervivencia, es la expresión de nuestra auténtica identidad. Y esa identidad es divina. Somos expresiones individuales de la divinidad, somos manifestaciones únicas de Dios en forma humana. Cuando comprendamos eso, todo cambiará. Cambiará nuestra forma de vivir, de relacionarnos, de educar, de sanar. La experiencia colectiva de la humanidad se transformará porque comprenderemos que no estamos separados de Dios ni unos de otros. Todos somos uno.

El ego no solo nos separa de nuestra naturaleza esencial, sino que la destruye. El ego actúa como un obstáculo para la consciencia no local. Al liberarse del ego, emerge la consciencia no local, con el grado evolutivo en que se halla en el momento actual. Es esta verdad tan importante de nuestra real estructura existencial la que está muy deteriorada en nuestro mundo… Para que nuestra civilización cambie y desaparezca esta gran egomanía que predomina en nuestra sociedad es necesario tener controlado al ego… y que impere nuestra conciencia no local, nuestra supra-conciencia, nuestro espíritu… entonces cambiaremos nosotros, estaremos en camino de completarnos como seres humanos y  empezará así a cambiar también la dinámica de nuestra civilización.

Fuente: Raúl DIAZ PEÑA: Disolución final. Las tres muertes del ego + otros


Ver también:

Existen hoy en día en la Tierra seres humanos «completos»?

El «ego» o la construcción de nuestra falsa identidad

De la cultura del «ego» a la cultura del «alma»

Experiencias humanas típicas

Secció: LA CONCIÈNCIA




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